La diferencia —siempre hay alguna— es que, en los dibujos animados, al menos, uno sabía que aquella banda de incompetentes era ficción.
Los últimos sucesos del acontecer nacional me acercan, inevitablemente, a aquellas historias de dibujos animados protagonizadas por Pierre Nodoyuna y su inseparable Patán; pero también por Tontín, Tontón, los Hermanos Macana y el profesor Locovitch. Una colección de personajes cuyos nombres describían con precisión los continuos desaciertos que cometían.
La diferencia —siempre hay alguna— es que, en los dibujos animados, al menos, uno sabía que aquella banda de incompetentes era ficción. Aquí, en cambio, hay días en los que parece que el país completo está atrapado en una eterna “Carrera de Autos Locos”, aunque sin carreteras y sobrados de locura.
Asignan fondos a ONG que nadie conoce, y que, si existen, operan en dimensiones paralelas. No obstante, la mayoría de los diputados firman el presupuesto sin escrúpulos, sin preguntas incómodas y, sobre todo, sin que se les agriete la conciencia. Firmar, después de todo, es fácil: lo difícil es pensar antes de hacerlo.
Sostienen a un cónsul honorario en Toluca que resulta estar señalado de delitos relacionados con el narcotráfico y el crimen organizado. Y no sólo eso: llevan al presidente a una reunión en México donde el buen señor aparece sentado en la mesa presidencial e incluso se toma la foto oficial. Es casi poético que una Secretaría de “inteligencia estratégica” sea incapaz de prever, detectar o evitar que el susodicho cónsul honorario estuviese a la par del presidente. O que el sistema de información exterior no haya podido, en dos años, revisar a sus cónsules honorarios desperdigados por el mundo. Parece un concurso para ver quién puede cometer más errores sin ruborizarse. Ni Pierre Nodoyuna habría podido armar semejante escena sin que Patán soltara su clásica risa burlona.
En el ámbito doméstico, la cosa no mejora. Es alucinante que en la Secretaría de Comunicación Social hayan pasado tres titulares en menos de dos años, y en igual tiempo se nombra al quinto ministro de Comunicaciones, por dimisión o renuncia del anterior, ya que el “gobierno de la transparencia” nunca lo aclara. Increíble que no se encuentre a alguien capaz de ejecutar el presupuesto asignado o de reparar las carreteras. No digo construir nuevas —esa es una fantasía peligrosa—, solo reparar. Ya basta de excusas, porque el único ministro “sin excusas” le duró el puesto menos que una moneda en la puerta de un colegio. Lo sacaron —y los hechos parecen confirmarlo— porque la conducción real del ministerio no depende de quien ocupa el despacho, sino de otros juegos políticos fuera de ahí. Cinco ministros; cero carreteras. Ya que la selección no marca, el gobierno se encarga del resultado.
Esto no es cosa de locos, si así fuera tendría perdón. Esto es cosa de tontos, pero no de lelos comunes, sino de los que, como diría un humorista español, son “tontos del tó… No pa’ un rato. Del tó y pa’ siempre”.
El presidente, cada día más, se parece a “Nodoyuna”: siempre prometiendo que “esta vez sí ganará la carrera”, mientras los demás personajes de la caricatura —los Patanes, Tontines y Macanas del gabinete y del Congreso— se encargan puntualmente de hacerlo fallar, y la realidad, como siempre, supera a la ficción.
El año termina, las carreteras siguen rotas, el presupuesto ya está firmado, el cónsul de Toluca desapareció en un agujero institucional y no sabemos cuánto durará la nueva ministra. Pero algo sí sabemos: el piloto automático nacional avanza sin frenos, sin volante y, ciertamente, sin conductor.
Cuando un país parece gobernado por personajes de caricatura, lo más peligroso no es la risa, sino acostumbrarse al chiste. Y Guatemala ya lleva demasiadas temporadas al aire.